viernes, 25 de febrero de 2011

Emprendimiento: Una mezcla perfecta

Mariana Niño, Camila Duarte, María Camila Jaramillo, estudiantes del Cesa. / Foto: Daniel Reina
Un curso de universidad es, casi siempre, solo un curso de universidad. Pero no lo fue para tres estudiantes del Cesa, María Camila Jaramillo, Mariana Niño y Camila Duarte, que decidieron usar su clase de Emprendimiento para desarrollar un negocio viable y tan interesante, que ya les llamó la atención a los jurados de la Feria Espíritu Emprendedor que organiza esa universidad con el Instituto Tecnológico de Monterrey. Se llevaron el primer premio.

El producto parte de la cascarilla de arroz. Cuando se incinera en un horno especial, se convierte en sílice que ellas mezclaron en bloques, baldosas y mortero para construcción. El atractivo está en que son amigables con el ambiente y hasta 20% más baratos que los de cemento. Eso ya es interesante. Pero además del resultado, lo que más llama la atención es el orden con el que las tres socias de Opeka, como se llama la empresa en ciernes, formularon su proyecto.

Trabajaron la idea muchas veces hasta que encontraron la correcta y luego la perfeccionaron otras tantas. Esto contrasta con lo que usualmente hacen los emprendedores, que sin mucho trabajo tratan de hacer viable una idea de negocios aparece en una conversación informal de almuerzo, o en uno de esos destellos que se apuntan en una servilleta.

Cómo encontrar un mercado

Comenzaron con un área de interés general. “Desde siempre, las tres estuvimos interesadas por el medio ambiente”, dice Mariana Niño. Por eso pensaron al comienzo en negocios que fueran sostenibles en términos ambientales.

Empezaron por explorar materiales que se desechan en el país en grandes cantidades. El primero que identificaron fue la pulpa de café. Este residuo puede producir problemas ambientales serios cuando no se controla, porque contamina el agua. Con todo, vieron que los usos de la pulpa estaban relativamente bien investigados y no encontraron oportunidades interesantes de negocio. Entonces evaluaron los desechos del banano y tampoco encontraron un buen negocio.

Siguieron la lista por el arroz. Por cercanía de Mariana Niño con el Tolima, encontraron que la cascarilla de arroz también se bota en grandes cantidades: 400.000 toneladas al año. Esos volúmenes la convertían en un buen candidato para estudiar.

Encontraron en Internet que al quemarla, el 90% de la ceniza de cascarilla se convierte en sílice, que se puede usar en las mezclas de construcción para reemplazar parte de las seis millones de toneladas anuales de cemento que se consumen en el país.

Empezaron a fabricar prototipos de bloques de concreto, baldosas alisadas y mortero premezclado. En sus ensayos incorporaron algunos de los hallazgos de investigaciones de la Universidad del Valle, en los que indicaban los porcentajes óptimos de sílice que se emplean para hacer mezclas de concreto.

También observaron que las construcciones con este tipo de material no resisten las tensiones de edificios con más de cinco pisos, con lo que terminaron por definir su mercado. Solo se ofrecerían para viviendas de interés social.

Pero en ese tipo de construcciones el producto tendría grandes ventajas. De un lado las baldosas y los bloques prefabricados aceleran la edificación. Además, como lo señala María Camila Jaramillo, al ser prefabricados, podrían evadir la competencia de los gigantes cementeros. “Hay que ser realistas. Es difícil competir contra Argos o Cémex”, dice con una dosis refrescante de pragmatismo empresarial. Pero si fiera poco, la ceniza que reemplaza al cemento permite hacer ahorros de 10% a 20% en el costo de los materiales.

El resultado de este proceso ordenado para formular el negocio es muy interesante. Un producto rentable, claramente sostenible en términos ambientales, porque evita las pequeñas quemas de arroceros individuales y reduce el uso del cemento; más barato y orientado a construcciones de casas VIS lo que le da una característica social importante.

¿Ahora qué les falta al equipo de Opeka? Inversionistas. “Necesitamos $783 millones”, afirma María Camila Jaramillo. Quizás sea algo menos si los equipos se financian con leasing. Pero si se juzga por los premios y por el entusiasmo que ha generado la idea, los inversionistas no tardarán en aparecer. “Uno de los profesores nos dijo que si queremos hacer esta empresa, él estaría interesado en invertir”, concluye. Parece seña de que la mezcla en este negocio, buenas socias y trabajo ordenado, está cerca de ser perfecta.

Con información de Dinero

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